El día de hoy les vine a presumir que comí ultra delicioso en este restaurante, escondido de mis mortales ojos hasta hace un par de domingos. Un buen amigo me acompañaba en esa ocasión, y peregrinamos en busca de satisfacer el antojo de ramen. Con ayuda de Frik-in, y la memoria de mi acompañante, dimos con este restaurante que, según mi amigo, solía servir comida tailandesa, pero ahora se especializa en comida japonesa. ¡Uf!
El lugar estaba a reventar, tuvimos que formar parte de la lista de espera de (en ese momento) treinta minutos en la fila, pero nos dieron como entremés un poco de té verde. En realidad no me importaba esperar, ya habíamos caminado como mil años en busca de algo de comer, podía aguantar media hora más. Lo que me preocupaba un poco era la apariencia del lugar: parecía caro. Además de estar llenísimo, me daba la impresión de que los comensales pertenecían a cierta clase social, arriba de la mía por supuesto. Malditos estereotipos. Rápidamente busqué con la mirada algún letrero que indicara que aceptaban tarjeta porque, a pesar de que traía efectivo (venía de la Japocon, la cual reseñamos hace unas semanas), temía que no fuera suficiente. Me preparé mentalmente para pedirme algo baratito y después completar con alguna chuchería del Oxxo.
Nos sentamos afuera, que fue la única mesa que se desocupó en el enorme local. Había una barra con parrilla para teppanyaki y mucha gente hermosa pidiéndole directo al chef sus alimentos. Una vez, hace como dos años, fui a un lugar muy parecido pero cerca de metro Revolución, y me gasté una millonada y ni me llené. Pero mi amigo juraba que este lugar era buenísimo y bien despachado.
Finalmente, llegó la temida carta.
¡QUÉ BARATO ESTÁ TODO!
Digo, tampoco algo así que digas ‘regalado’, pero definitivamente era mucho más barato de lo que esperaba, aún más que alguna franquicia de comida japonesa, a pesar de su aspecto rimbombante. Me pedí una orden de gyozas, y un pomposo ramen que tenía bolitas rellenas de camarones. Fueron poco más de 200 pesos de ambas cosas.
Estar sentados afuera no fue muy padre, ya que pasaba la gente por la banqueta y en algunos momentos chocaban con otros comensales o había perritos amarrados que se peleaban con otros perros, en algún momento esto provocó que se cayera una silla. Pero la comida compensó todo. De verdad tenía un sazón riquísimo, muy buen tamaño (ya con el ramen quedé bien, me comí las gyozas por gula xD), y acompañé con calpis porque pues hay que ser weabos en excelencia. Amé el sabor del caldito del ramen, y lo que mejor supo es que no está sobrevalorado: cuesta lo que debe costar, al menos en mi muy humilde experiencia. Completé la comida con un calpis mineral, que no era extraordinario pero cumplía. Mi amigo se pidió un ramen tradicional del que trae rodajas de cerdo y huevito, y un okonomiyaki. Éste último era delicioso, y más que ser un aperitivo parecía otra comida completa, muy parecido a los tradicionales que puedes encontrar en las calles de Osaka.
Si andas por la zona de Hospital General, no dudes en acercarte a este fabuloso restaurante. Tienen amplia selección de alimentos, me tomó como quince minutos decidir entre tanta oferta. Parece que en licores también tienen mucho que ofrecer, y ni qué decir de los postres, yo probé la tapioca con helado, una delicia. Me hubiera gustado ponerles foto de la comida, pero aún no tengo la costumbre de tomar fotos a todo, así que tendrán que ir para que sepan cómo está todo.
Encuentra este lugar aquí.
Fotografías por Naop.